lunes, 28 de junio de 2010

Día del Papa:




La Iglesia celebra este martes el Día del Papa al coincidir con la festividad de San Pedro y San Pablo. Todos los católicos del mundo nos unimos a esta celebración, porque el Romano Pontífice es, dice el Concilio Vaticano II, “el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de los fieles” (LG 23).

Jesús edificó sobre la Roca de Pedro la Iglesia con todos los obispos de Roma y por eso vemos en el Santo Padre la imagen más cercana, más segura y más querida de Cristo, Buen Pastor. Roguemos por las intenciones de Su Santidad y pidamos por él.



EL EVANGELIO según San Mateo, expone hoy la conversación de Jesús con sus discípulos, en que Pedro recibe la proclamación de su primado.

La escena tiene lugar en la región noreste de Galilea de los paganos, que es parcialmente una tierra extranjera; con ello, Mateo recalca la existencia de un Nuevo Pueblo de dimensiones universales y se desliga de la doctrina de fariseos y saduceos. Saliendo de Betsaida y remontando el valle del Jordán, el Maestro se retira con los “doce” a la región de Cesárea de Felipe, al pie del monte Hermón; quiere disponer de tiempo y de un lugar tranquilo, para iniciar a sus discípulos en el misterio de sí mismo.

El texto está estructurado conjuntamente por Jesús y sus discípulos. El Maestro comienza preguntando qué han oído de Él y de su misión. “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, dice Simón; quiere conocer qué han comprendido sus discípulos y qué piensan de Él. El discípulo que el evangelista va pergeñando muestra su condición en la respuesta a la pregunta sobre Jesús. La superioridad de Pedro no estriba en la respuesta en sí, que, también, la dan los demás discípulos, cuando Jesús camina sobre las aguas: “Verdaderamente, Tú eres el hijo de Dios” (Mt 14,22-33), reside más bien en la garantía de solidez que le confiere respecto a los demás. Mateo distingue al discípulo de la gente en el reconocimiento de Jesús, como también lo hace en el capítulo de las parábolas.

Nadie puede penetrar en el misterio de la persona de Jesús, sin la revelación del Padre. El interrogante que Jesús hace sigue latente para todos los hombres de todos los tiempos; es una pregunta atemporal y siempre actual; la respuesta dará la medida del discípulo. Pedro personifica la confesión cristiana de la fe, pero, “no procede de la carne ni de la sangre”, no proviene de la lógica y de la razón humana, únicamente de la revelación del Padre, con el que tiene esa unión esencial: “Mi Padre y Yo somos uno”. El hombre es radicalmente incapaz de acceder al dominio misterioso de Dios. El que Mateo añada a la respuesta, las palabras “Hijo de Dios vivo”, es probable que sea aquí una anticipación de lo que sólo será un hecho después de la resurrección: la fe en la divinidad de Jesús y el reconocimiento de que es el Señor. El conocimiento que Pedro tenía de Jesús no superaría con mucho la opinión de la gente; las palabras de Jesús y la promesa del primado deben situarse igualmente en un momento posterior a la Resurrección. En general, Mateo se interesa más por una ordenación temática que cronológica.

El reconocimiento de Simón adquiere la condición de fundamento o cimiento sólido, y a ello, debe su sobrenombre de Pedro. Se percibe el juego de palabras del texto griego y también del castellano: Pedro-piedra. Sobre este cimiento, consistente en el reconocimiento de la identidad divina de Jesús, se levanta el pueblo creyente; en su sólido cimiento, el edificio ofrece total seguridad, expresada en la imagen de la frase “el poder del infierno no prevalecerá contra ella”; las “puertas del infierno” son, para los judíos, el poder de la muerte, que retiene sin vida a los difuntos, el poder de la destrucción. Jesús asegura que su iglesia resistirá toda la fuerza de la destrucción y de la muerte. Es inexpugnable a la destrucción y a la muerte, imagen de consistencia, que Jesús ha expresado también en Mt 7, 25: “Vinieron las lluvias, se desbordaron los ríos y los vientos soplaron violentamente contra la casa; pero no cayó, porque…”. La Iglesia en su perenne estabilidad es una casa construida sobre roca, aunque se apoya en la fragilidad de los hombres. El destino de la Iglesia es, como el de Cristo, un camino en la contradicción; y no solamente por los enemigos externos, sino por los de dentro de la Iglesia; siempre habrá pecadores; por eso, tiene que “atar y desatar”; hay pecado y debe haber perdón.

En la perícopa laten dos aspectos aparentemente en contraste: la fe de Pedro y su incomprensión del misterio de Jesús, la autoridad que le confía y el reproche que le hace Jesús. Es una cuestión de fondo, hasta el punto de que esa forma de contraste entre debilidad y gracia está presente también en otros textos: (“He rogado por ti para que no desfallezca tu fe… No cantará el gallo… Agonía de Getsemaní… En el patio, a la lumbre, las negaciones de Pedro” Lc 22. Y “Tú sabes que te amo. Cuando seas viejo otro te ceñirá: profetiza la muerte con que glorificará a Dios”, Jn 21). Evidencian el mismo contraste, por una parte, la debilidad de Pedro; por otra, su carácter de punto de referencia. Los evangelistas subrayan intencionadamente este contraste para acentuar que por gracia, en virtud de una elección divina y no por dones naturales, es Pedro la roca sobre la cual funda Cristo la Iglesia.

San Mateo que muestra gran atención a Pedro, define su función con tres metáforas: la piedra, las llaves, atar y desatar. La primera, evoca el texto: “El prudente construye sobre roca” (Mt 7,24-27); Pedro es la roca que mantiene firme la Iglesia, el cimiento que constituye su unidad. La segunda, es clara, dar las llaves significa confiar un poder y autoridad verdadera y plena. La tercera, atar y desatar, tiene el sentido de permitir y prohibir, de perdonar y rechazar. En definitiva, se le atribuyen a Pedro títulos y prerrogativas que, en la Biblia pertenecen al Mesías. Es, pues, concederle poder y autoridad vicarios; es imagen de Cristo, que es el verdadero Señor de la Iglesia, por lo que es un poder pleno e indiscutible. En San Mateo, el interés central es Cristo, y, de ahí, también la Iglesia. Las palabras que Jesús dirige a Pedro se insertan en el motivo cristológico y en el motivo eclesial.

Mateo presenta en perspectiva una nueva realidad religiosa, que recibe en este texto el nombre de Iglesia de Jesús. Es la primera vez que el término Iglesia aparece en el evangelio con el significado de asamblea, congregación. El Nuevo Pueblo de Dios, al margen del viejo, se entronca en la fe y encuentro con Jesucristo y tiene en Pedro su roca y su fuerza, refrendado por el mismo Dios. El evangelista dibuja un Pedro incuestionable e imprescindible.

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