martes, 31 de mayo de 2016

Agnus Dei: “El que esté libre de pecado, que tire la primera ...

Agnus Dei: “El que esté libre de pecado, que tire la primera ...: (Domingo V - TC - Ciclo C - 2013)          “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” ( Jn 8, 1-11). “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Jn 8, 1-11). Los judíos llevan a una mujer, sorprendida en adulterio, ante la presencia de Jesús. La han sorprendido cometiendo una falta contra la ley mosaica y han dictaminado ya, antes de llevarla a Jesús, cuál es la pena que se debe aplicar: la lapidación. Sorprende, para nuestra mentalidad moderna, del siglo XXI, una pena tan brutal, y sorprende más el saber que esa pena había sido aprobada nada menos que por Moisés, pero la sorpresa por la brutalidad de la ejecución, da lugar a otra sorpresa, y es que la pena es impuesta no porque Dios lo quisiera así, sino porque lo permite, debido a la dureza del corazón del hombre. La caída de la humanidad, del estado de gracia original, al estado de ausencia de gracia por el pecado original, ha arrojado al hombre a un mundo sorprendentemente brutal, un mundo sin Dios y sin su misericordia. La brutalidad de la ejecución de la mujer, la lapidación, así como también otras muestras de barbarie cometidas por el hombre contra el hombre, son un pálido reflejo de la devastación que ha producido el pecado en el interior del hombre, devastación y desolación que han sofocado, aplastado, destruido y expulsado de su corazón al Amor de Dios. Y sin Amor de Dios, no hay ni amor, ni compasión, ni piedad en el hombre, y es esto lo que explica la dureza del castigo que quieren aplicar a la mujer adúltera.

         Lo que puede apreciarse en este pasaje evangélico es que, en el Antiguo Testamento, la vivencia de la Ley de Dios es más bien material, extrínseca, y no llega al corazón del hombre, lo cual conduce a situaciones como esta: ante una violación de la ley, se debe aplicar el castigo correspondiente, sin dar lugar, en el que acusa, a la compasión, al perdón, a  la misericordia; sin dar lugar, en el acusado, al arrepentimiento, al pedido de perdón, a la posibilidad de reparar el daño cometido. Se comete la falta y se la castiga con todo el peso de la ley, sin reparar que el que castiga, también comete faltas, y que el que debe recibir el castigo, tiene también la posibilidad de recibir el perdón.
         Jesús, por el contrario, trae la Ley Nueva de la Caridad, ley cuyo fundamento es el amor sobrenatural a Dios y al prójimo, y cuya esencia es la compasión y la misericordia. Pero además, la novedad de la Ley Nueva de Jesús es que siendo Dios, Jesús concede la verdadera introspección, por medio de la iluminación de la conciencia a través de la gracia. Junto a la formulación de la Ley Nueva, Jesús otorga la gracia santificante, que es una luz surgida de su Ser trinitario, por medio de la cual la conciencia humana es iluminada con esta luz celestial, y así puede ver en su interior y descubrirse a sí mismo en su estado frente a Dios. La luz de la gracia, concedida por Jesús, permite al hombre ser consciente de su estado frente a Dios y a su Ley, y es así que, gracias a la iluminación interior por la gracia, el hombre se da cuenta que, sin Dios y su gracia, en él sólo hay pecado y miseria; por la luz que le concede la gracia de Cristo, el hombre se da cuenta de que sin Dios y su gracia, él es “nada más pecado”, como dicen los santos; sin Dios y su gracia, el hombre se da cuenta de que, siendo él mismo pecador, no está en grado alguno de juzgar y mucho menos condenar y castigar a su prójimo, tanto más cuanto que la luz de la gracia santificante, que lo ilumina, puesto que se trata de una participación a la Luz eterna del Ser trinitario, Ser que es Amor en Acto Puro, le concede, al tiempo que la ilumina y le hace ver su miseria, la participación en el Amor divino, lo cual vuelve imperiosa la misericordia. Sin embargo, el hombre es libre, y puede rechazar voluntariamente el don de la gracia divina, gracia que le hace ver, a un mismo tiempo, su condición de “nada más pecado” y la necesidad absoluta de comunicar el Amor de Dios a su prójimo, que es pecador como él, como condición sine qua non para vivir del Amor divino.
         Es por esto que un cristiano que no perdona, que no se conduele de las debilidades del prójimo, que busca en el prójimo sólo acusar, juzgar y castigar, que levanta su dedo acusador y su mano castigadora, en vez de inclinarse al perdón, a la compasión, a la misericordia, es un contra-sentido, una negación viviente del Amor de Dios, un impostor y embaucador, un hipócrita y un falso, un mentiroso, aliado del Príncipe de la mentira, un homicida, aliado del “Homicida desde el principio”, un cainita que abre la boca para condenar a su hermano y levanta su mano para castigar; ese tal cristiano, lo es sólo de nombre, porque más que cristianos, es un hombre de las tinieblas, que se sumerge voluntariamente en la más negra oscuridad del espíritu al negar la Luz eterna, Cristo Jesús, que le manda imperativamente amar, perdonar, compadecerse del prójimo que ha pecado.
Cristo Jesús no solo formula una Nueva Ley, sino que concede además la gracia santificante, que es una luz que permite la iluminación de la conciencia, por medio de la cual el hombre se reconoce en su verdadero estado frente a Dios: “nada más pecado”, y por medio de la cual se le hace imperativo convertirse en un canal viviente de la misericordia divina, es decir, ser un portal abierto del Amor de Dios hacia sus prójimos, si es que quiere él mismo participar y vivir en su plenitud del Amor y de la Misericordia Divina.
La iluminación que proporciona la gracia santificante de Cristo, por medio de la cual el hombre realiza la introspección verdadera, la que conduce a descubrirse como pecador y a estar necesitado del perdón divino porque él no es Dios, es la verdadera iluminación de la conciencia, opuesta a la falsa introspección gnóstica propiciada por la Nueva Era, la introspección de la meditación trascendental, del yoga, del budismo, de las religiones orientales, del paganismo, todas las cuales conducen al endiosamiento propio y a la negación del verdadero Dios.
Si el cristiano no se deja iluminar por la luz de Cristo, por Cristo, que es Luz eterna, luz por medio de la cual descubrirá que sólo Cristo es Dios y que Él, con su sacrificio en Cruz, ha derramado su Sangre para perdonarlo y para que sea misericordioso con su prójimo, si no hace así, el cristiano se convertirá en cristiano gnóstico, porque al rechazar la luz de la gracia, se verá envuelto en la oscuridad del gnosticismo, en la cual se creerá que es una chispa de la divinidad, que no tiene necesidad de ser perdonado y tampoco de perdonar, y así se convertirá en verdugo de su prójimo.
Es por esto que el cristiano gnóstico se comporta como los fariseos, porque al rechazar la luz de la gracia, queda envuelto en la contemplación de sí mismo, que le hace creer erróneamente que es justo y que por ese motivo tiene derecho a juzgar, condenar y castigar al prójimo.
 “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Un cristiano auténtico se diferencia del cristiano gnóstico o acuariano, o Nueva Era, en que el cristiano auténtico, aquel que se deja iluminar por la gracia de Jesucristo, se reconoce pecador y necesitado de misericordia, además de ser consciente de que no le corresponde juzgar, condenar o castigar a su prójimo; el cristiano gnóstico, el que rechaza la gracia, por el contrario, se erige en juez y verdugo de su prójimo, el que levanta la mano para tirar la primera piedra.