lunes, 17 de enero de 2011

Ciclo A III Domingo del tiempo ordinario 23-01-2011

Homilías
Ciclo
A III Domingo del tiempo ordinario
23-1-2011
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Tiempo Ordinario

“Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo”

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Introducción



Cuando poco a poco se nos empieza a quedar atrás la Navidad resuena una vez más en la liturgia un motivo que nos recuerda al Cántico de Simeón al ver al niño Jesús: “luz para alumbrar a las naciones, gloria de Israel tu pueblo”.

Cristo nuevamente se nos muestra como luz, pero esta luz nos hace descubrir ahora unos “colores” particulares sobre su persona. Jesús es la luz que poco a poco se enciende para iluminarnos a Dios. Es una luz para todos los hombres y que a su vez necesita de los hombres para continuar iluminando la humanidad. Y por último es la luz que nos envuelve a todos, que a todos nos une bajo su resplandor. Es el fundamente de nuestra unidad, siendo esta verdad especialmente importante este Domingo.


Ver la presentación animada de las lecturas


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Lecturas


Lectura del libro de Isaías 8, 23b-9, 3

En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí;
ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán,
la Galilea de los gentiles.

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo;
se gozan en tu presencia, como gozan al segar,
como se alegran al repartirse el botín.
Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga,
el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.




Sal 26, 1. 4. 13-14 R. El Señor es mi luz y mi salvación.

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R.

Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. R.

Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R.



Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 10-13. 17

Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir.
Hermanos, me he enterado por los de Cloe que hay discordias entre vosotros. Y por eso os hablo así, porque andáis divididos, diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo. »
¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo?
Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.





Lectura del santo evangelio según san Mateo 4, 12-23

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías:

«País de Zabulón y país de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló.»

Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
- «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores.
Les dijo:
-«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.




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Comentario Bíblico


Está viendo el comentario bíblico de: Fray Miguel de Burgos Núñez

También puede ver el de: Fr. Gerardo Sánchez Mielgo



Iª Lectura: Isaías (8,23-9,3): Poema de la paz
I.1. Esta lectura, forma parte de uno de los poemas más sobresalientes del libro del gran maestro del s. VIII. En realidad, se trata solamente de la introducción de un poema a la paz (8,23-9,6), como lo ha descrito brillantemente un gran especialista español. Diríamos que la lectura no es completa porque falta la descripción de por qué llega la luz a Galilea, al territorio antes desolado y en tinieblas; es decir, aquello de “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado...”. Es un poema que muchos estudiosos atribuyen a la escuela de Isaías, no al maestro directamente, y que vendría a descifrar un momento determinante de la historia de Judá, concretamente un siglo después, cuando el gran rey Josías (640-609 a. C.), un muchacho todavía, sube al trono, a causa del asesinato de su padre Amón, con el propósito de liberar el norte, la Galilea de los gentiles, de la opresión de los asirios.

I.2. Así vivieron durante mucho tiempo, caminando en tinieblas y habitando tierra de sombras, todo el tiempo de su bisabuelo Manasés (cf 2 Re, 21-3-9), unos cincuenta años, que estuvo en manos de la política y las influencias religiosas de Asiria. De repente, se produce el cambio prodigioso e inesperado: brilla una luz que lo inunda todo de alegría, semejante a lo que se experimenta cuando llega la siega o se reparte el botín, en razón del final de la opresión o del final de la guerra. En este contexto histórico, pues, se explica mejor este poema de la paz, que la tradición cristiana lo entendía como mesiánico y lo aplicó a Jesús, como vemos, en el evangelio del día de hoy en Mateo.

I.3. Pero como sucede casi siempre con los oráculos proféticos, no todo se explica por el acierto del momento en que se pronuncian (aunque es importante), sino por el futuro que llevan esos oráculos en sus entrañas. Los profetas, a veces, ni siquiera pueden controlar sus imágenes, sus símbolos o su eficacia. En realidad este oráculo no puede extinguirse en un presente que pronto terminó… sino que encienden en las palabras del profeta los dones divinos que son el futuro de la humanidad. El Dios de la paz, de la justicia se ha de hacer presente en la historia de una forma eficaz y concreta. Y esto lo percibieron los cristianos al identificar a Jesús con el Mesías.



IIª Lectura: Iª Corintios (1,10-17): Exhortación a la comunión de la comunidad
II.1. La segunda lectura viene a ser una exhortación a la unidad de la comunidad de Corinto. Las gentes de Cloe, una familia, o una comunidad, se han llegado hasta Éfeso, donde estaba Pablo, y le han informado que la comunidad estaba dividida en “partidos”, en grupos, que se atenían a personajes influyentes: Pedro, Pablo, Apolo; se discute si “yo de Cristo” revela un grupo más, o es una expresión de Pablo para dejar claro que todos los cristianos, al único a quien deben seguir, es a Jesucristo. Pablo, además, protesta porque no se ha dedicado a bautizar a muchos en la comunidad, lo han hecho otros. Pero él no quiere ser el maestro de un grupo específico; él ha engendrado a esta comunidad para que viva en el Señor un misterio de comunión, y como él, todos aquellos que hayan recibido el evangelio de uno u otro predicador. La comunión en la Iglesia es más importante que depender de un maestro de doctrina o espiritual.

II.2. Una palabra clave que se ha discutido mucho de esta exhortación es “divisiones” (schísmata) y que muchos identifican con los “partidos” de la Iglesia de Corinto. Se trataría de tendencias ideológicas, claro, no en sentido social propiamente hablando. Existen diversidad de opiniones al respecto, incluso que el grupo de Pablo fuera el de aquellos que se sienten, como el apóstol, libres del yugo de la ley y de las tradiciones judías; como matiz para diferenciarlo de los de Pedro. Aunque, en realidad, el grupo más delicado de enmarcar sería el de Apolo (¿algo así como un grupo de carismáticos de tendencia helenista con tintes de sabiduría? ¡no está claro!). La diversidad de opiniones teológicas no están condenadas en estas pocas palabras de Pablo, pero no se podría decir los mismo cuando esa diversidad teológica rompe la comunión de la ekklesía. ¿Cómo lo soluciona Pablo? Mediante su hermosa y decisiva “theologia crucis” que seguirá a parrir del v. 18.



Evangelio: Mateo (4,12-23): El Reino y el Evangelio de Dios
III.1. El evangelio de Mateo está centrado, específicamente, en actualizar el texto de Isaías que se ha leído en la primera lectura, en una aplicación radical a Jesús de las palabras sobre la luz nueva en Galilea. En la tradición de Marcos ya se había dejado bien sentado que Jesús comienza su actividad una vez que Juan el Bautista ha sido encarcelado. Esto obedece, más probablemente, a planteamientos teológicos que históricos, ya que ambos pudieron coincidir en su actividad. En realidad, Juan y Jesús actuaban con criterios distintos. Jesús es la novedad, la buena noticia, para los que durante siglos habían caminado en tinieblas y en sombras de muerte. Si el texto de Is 8,23ss se refería a una época muy concreta que precedió al rey Josías, en la tradición cristiana primitiva se entendió esto como consecuencia del oscurantismo del judaísmo que había hecho callar durante mucho tiempo la profecía, la verdadera palabra de Dios, que interpretaba la historia con criterios liberadores.

III.2. Y hay más; esta luz no viene de Jerusalén, sino que aparece en Galilea, en los territorios de las tribus de Zabulón y Neftalí, que siempre habían tenido fama de ser una región abierta al paganismo. Más concretamente, Jesús, dejando Nazaret, se establece en una ciudad del lago de Galilea, en Cafarnaún. Es aquí donde comienza a oírse la novedad de la predicación del Reino de Dios, de los cielos, como le gusta decir al evangelio de Mateo. La otra parte del texto evangélico de hoy, la llamada de los primeros discípulos, Pedro y Andrés, Santiago y Juan, -que puede omitirse-, es una consecuencia de la predicación del evangelio, que siempre, donde se predique, tendrá seguidores. En realidad está siguiendo el texto de Marcos 1,14ss.

III.3. Mateo, pues, ha leído el texto de Marcos sobre el programa de Jesús: el tiempo que se acerca es el tiempo del evangelio, de la buena nueva, que exige un cambio de mentalidad (¡convertirse!) y una confianza absoluta (creer) en el evangelio. Los dos elementos fundamentales de este programa, ya han sido puestos de manifiestos por todos: el reinado de Dios (el reino de los cielos le llama Mateo) y la buena noticia que este reino supone como acontecimiento para el mundo y la para la historia. El evangelista, al apoyar este programa en el texto de Is. 8,23ss, está poniendo de manifiesto que esto es el “cumplimiento” de una promesa de Dios por medio de sus profetas antiguos, en este caso Isaías. La “escuela de Mateo” es muy reflexiva al respecto, dando a entender lo que sucede con la actuación de Jesús, desde el principio: llevar adelante el “proyecto de Dios”.

III.4. Sabemos que ese reino, (malkut, en hebreo) no debe entenderse en sentido político directamente. Pero tampoco es algo abstracto como pudiera parecer en primera instancia. Si bien es verdad que no se trata de un concepto espacial ni estático, sino dinámico, entonces debemos deducir que lo que Jesús quiere anunciar con este tiempo nuevo que se acerca es la soberanía de la voluntad salvífica y amorosa de Dios con su pueblo y con todos los hombres. Por eso basileia (griego) o malkut (hebreo) no debería traducirse directamente por “reino”, sino por “reinado”: es algo nuevo que acontece precisamente porque alguien está dispuesto a que sea así. Este es Jesús mismo, el profeta de Nazaret de Galilea, que se siente inspirado y fortalecido para poner a servicio de la soberanía o la voluntad de Dios, todo su ser y todo su vida.

III.5. Si Jesús anuncia que Dios va a reinar (lo cual no es desconocido en la mentalidad judía) es que está proclamando o defendiendo algo verdaderamente decisivo. Si antes no ha sido así es porque es necesario un nuevo giro en la historia y en la religión de este pueblo que tiene a Dios por rey. No se trata, pues, simplemente de aplicarle a Dios el título de rey o de atribuirle un reino espacial, sino del acontecimiento que pone patas arriba todo lo que hasta ahora se ha pensado en la práctica sobre Dios y sobre su voluntad. Dios no será un Dios sin corazón, sin entrañas; o un Dios que no se compadezca de los pobres y afligidos, sino que estará con los que sufren y lloran, aunque no sean cumplidores de los preceptos de la ley y de las tradiciones religiosas ancestrales inhumanas. En definitiva, Dios quiere “reinar” y lo hará como ya los profetas lo habían anunciado, pero incluso con más valentía si cabe. Esa es la novedad y por eso lo que acontece ahora, unido al concepto “reino de Dios” o “de los cielos”, es el evangelio. Con razón se ha dicho que estamos ante el verdadero “programa” de Jesús, el profeta de Nazaret: anunciar el reinado de Dios como buena noticia para la gente.

III.6. El acierto de la escuela cristiana de Mateo fue precisamente leer las Escrituras, Is. 8,23ss precisamente, a la luz de la vida de Jesús. Ahora se están cumpliendo esas palabras de Isaías, cuando el profeta de Galilea anuncia el evangelio del Reino. Siendo esto así, no se podría entender que el cristianismo no sea siempre una religión que aporte al mundo “buenas noticias” de salvación. Siendo esto así, la Iglesia no puede cerrarse en un mensaje contra-evangélico, porque sería repetir, por agotamiento, la experiencia caduca del judaísmo oficial del tiempo de Jesús. Este es el gran reto, pues, para todos los cristianos. Porque Dios quiere “reinar” salvando, haciendo posible la paz y la concordia. De ahí que el reino de Dios, tal como Jesús lo exterioriza, representa la transformación más radical de valores que jamás se haya podido anunciar. Porque es la negación y el cambio, desde sus cimientos, del sistema social establecido. Este sistema, como sabemos bien, se asienta en la competitividad, la lucha del más fuerte contra el más débil y la dominación del poderoso sobre el que no tiene poder. Y esto no se reduce simplemente a una visión social, sino que es también, y más si cabe, religiosa, porque Jesús proclama que Dios es padre de todos por igual. Y si es padre, eso quiere decir obviamente que todos somos hermanos. Y si hermanos, por consiguiente iguales y solidarios los unos de los otros. Además, en toda familia bien nacida, si a alguien se privilegia, es precisamente al menos favorecido, al despreciado y al indefenso. He ahí el ideal de lo que representa el reinado de Dios en la predicación de Jesús; estas son las buenas noticias que le dan identidad al cristianismo.




Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
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Este comentario está incluido en el libro: Sedientos de su Palabra. Comentarios bíblicos a las lecturas de la liturgia dominical. Ciclos A, B y C. Editorial San Esteban, Salamanca 2009.


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Pautas para la homilía



Cristo es Luz de todos los pueblos
Lo primero que nos puede llamar la atención de las lecturas de este domingo, y que debemos resaltar, es la perfecta armonía que existe entre ellas. Esto no sólo es debido a que en el Evangelio de Mateo se nos cite el pasaje de Isaías que tenemos como primera lectura, sino porque en todas ellas, incluyendo el salmo responsorial, Cristo se nos presenta como la Luz, forma clásica, pero siempre sugerente. Sugerente porque esta luz nos habla de muchos matices y sobretodo nos deja alumbrar muchas realidades. Para empezar vemos que Jesús es la luz que poco a poco se ha ido encendiendo. Pensemos que el relato nos habla del comienzo de su vida pública, pero ya hacia mucho tiempo que esa luz había comenzado a iluminar. Jesús no es un fogonazo que nos deja ciegos, sino justamente lo contrario, la luz que poco a poco nos deja ver más claro su amor “Tu luz nos deja ver la luz” (Sal 35). Pero aunque esta luz surja poco a poco no es tímida, es universal. Cristo es visto como una “luz grande” en la Galilea de los gentiles, en los lugares que la sociedad piadosa judaica, centrada en la luz de su amada Jerusalén, no alcanzaba a ver como buenos judíos porque “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46). Y sobretodo está luz progresiva, que nos alumbra a todos para conocer a Dios, no es una luz muda sino que tiene un mensaje clave: “Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos”. Este anuncio no nos tendría que dar miedo, sino alegría. El Reino de los cielos es el momento en que Dios Padre lleno de Misericordia va a llenar nuestra vida de sentido. El Reino de los cielos no es otro imperio terrestre, sino el imperio de la justicia y el amor. Por ello esta luz nos deja ver la verdad de nuestra existencia: vivir plenamente ese amor. Pero hemos de convertirnos, es decir, dar la vuelta a nuestros valores para aceptar con gozo que Dios será nuestro Rey.

La llamada de Cristo
“Pero Jesús, la luz que brilla, no quiere actuar sólo; todo hombre, incluso, el hombre Dios es hombre con otros hombres. Por eso Jesús busca enseguida colaboradores”. Este bellísimo pasaje de Von Balthasar nos puede ayudar a comprender la siguiente acción de Jesús en el Evangelio. Cristo no sólo anuncia una nueva luz, sino que necesita de sus discípulos, de seguidores, de “amigos” suyos (Jn15, 14-16) para que esta luz continúe brillando. La misma encarnación fundamenta la llamada a otros hombres para que sean colaboradores de su misión. Pero un detalle importante es darnos cuenta de la forma de llamar de Cristo. Llama a quien quiere, como quiere y cuando quiere. Esta máxima libertad de Jesús es condición necesaria para nuestra propia vocación cristiana. Jesús llama a unos simples pescadores de copo, unos “obreros” de la pesca. Pero también llama a unos pescadores con barca y redes, los “ricos” del negocio. La llamada al seguimiento es universal, para todos. La luz no es para muchos ni para pocos sino para todos los hombres y para todo el hombre. Pero a todos los llamados se les llama a lo mismo y se les dará la misma paga, aunque dejen diferentes cosas. Todos buscan seguirle y todos serán pescadores de hombres. No es extraño que la madre de los hijos del Zebedeo, los pescadores ricos que dejaron “más” por seguir a Cristo, luego pida para ellos mayor recompensa. Lo que es extraño y profundo es que Jesús cree a su alrededor un misterio de comunión que es necesario vehículo para la proclamación del Reino. Por ahora los discípulos serán “contemplativos” del maestro, pero cuando ellos también hayan de comenzar a actuar las misiones que recibirán serán las mismas para todos, pero también las adecuadas para cada uno de ellos. Esta es la forma real de la unidad de la Iglesia, que es tanto la que predica Pablo en la segunda lectura como en otros textos que la complementan (Rom 12, 1Co 12). Pero esta ya es nuestra última clave.

Jesucristo, el único objeto de nuestro seguimiento y pertenencia
Quizás este sea el aspecto de las lecturas de este domingo que más podemos aplicar a nuestra realidad cotidiana y eclesial. El apóstol Pablo comienza así esta carta a su querida comunidad de Corinto, que debía estar dando un ejemplo poco edificante al resto de sus iglesias hermanas. Y esto era debido a sus divisiones, a sus luchas intestinas dentro de la comunidad para ver quién era más o quién tenía toda la verdad: “Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo”. ¡Cuantas veces a nosotros nos pasa lo mismo dentro de la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas! Yo soy de Domingo, tu de Francisco y tu de Ignacio. La división, a la que tan proclives somos por desgracia, no atenta contra la caridad principalmente sino contra el propio mensaje evangélico. Una constatación de todo ello la tenemos estos días muy presente, ya que estamos dentro del octavario de oración para la unión de los cristianos. Las divisiones siempre se dan por creerse las dos partes las únicas llenas de razón y romper el diálogo. Pero la lectura de Pablo, que es expresión de su propia experiencia de conversión, nos habla de la verdadera forma cristiana de luchar y vivir por la unidad: “¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?” No. Nosotros somos hijos de Dios por Cristo y su vida, muerte y Resurrección es la que nos ha mostrado el camino verdadero del hombre. Cristo es nuevamente una luz para todos, pero esta vez una luz que nos abarca a todos en su interior. Cristo es el fundamento único de nuestra pertenencia y unidad porque es el único que nos ha mostrado y amado como Dios. Por eso es todavía más sangrante que nosotros fundamentemos nuestras divisiones en su Persona. Tengamos así especialmente en cuenta este domingo esta intención, y pidámosla al Espíritu, principio de la unidad, que nos ilumine con la verdadera y única Luz: Cristo.


Fr. Alejandro López Ribao O.P.
Real convento de Predicadores (Valencia)
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