martes, 1 de febrero de 2011

V Domingo del tiempo ordinario




V Domingo del tiempo ordinario
6-2-2011
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Tiempo Ordinario

“Vosotros sois la luz del mundo”

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Introducción



El Evangelio de este domingo nos sitúa en el contexto del sermón de la montaña. Estamos al inicio de la aventura de Jesús. Ha comenzado en Galilea reclutando discípulos. Ahora los instruye. Su doctrina es provocadora por inaudita. Los pobres, los que lloran, los pacíficos, los que responden al mal con el bien son los dichosos y felices.

Con las bienaventuranzas ha marcado el perfil de sus seguidores. El hombre, la humanidad que Jesús propone y exige a los suyos es la auténtica, aquella que salió de las manos del Creador, la modelada a su imagen y semejanza, la que Jesús mismo representa.

Ahora culmina la catequesis con unas afirmaciones ricas en simbolismo, sus seguidores, los que escuchan su palabra y la siguen, son sal y son luz y lo son no sólo para sí mismos sino para el mundo, por su medio la luz de Cristo alumbrará a todos y darán sabor y sentido a todo vivir.

Isaías adelanta lo que será la predicación de Jesús, el mensaje de las bienaventuranzas: ”Parte tu pan con el hambriento, hospeda al sin techo, viste al desnudo y no te cierres a tu propia carne.” La bondad, la misericordia, la compasión serán la luz que destruirá toda tiniebla y serán el reclamo que nos hará presente al Señor: “Aquí estoy”, su presencia se manifiesta en aquellos que hoy la crisis económica nos ha vuelto a traer cerca. (Cfr.Isaías 58, 7-10).

Por su parte el salmista nos habla de una luz, la luz aportada por el Mesías. Será vana la predicación que no vaya avalada por gestos de compasión y liberación.

San Pablo advertirá al predicador, al testigo que no es con elocuencia y sabiduría humana con la que llegará al corazón del hombre. No es la valía del predicador, no es su fuerza persuasiva, es el poder del Espíritu y lo avala con su conmovedora experiencia: “me presenté a vosotros débil y temblando de miedo”.

La liturgia de este domingo condensa todo el hacer y todo el ser cristiano. Los textos propuestos están coordinados por una idea, la que define el programa cristiano, es decir, la idea de hacer el bien.


Ver la presentación animada de las lecturas


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Lecturas


Lectura del libro de Isaías 58, 7-10

Así dice el Señor:
«Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo,
viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.
Entonces romperá tu luz como la aurora,
enseguida te brotará la carne sana;
te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor, y te responderá;
gritarás, y te dirá: «Aquí estoy. »
Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía. »



Sal 11 1, 4-5. 6-7. 8a,y 9 R. El justo brilla en las tinieblas como una luz.

En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos. R.

El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.
No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor. R.

Su corazón está seguro, sin temor.
Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad. R.



Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 1-5

Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado.
Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la. sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.



Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. »



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Comentario Bíblico


Está viendo el comentario bíblico de: Fray Miguel de Burgos Núñez

También puede ver el de: Fr. Gerardo Sánchez Mielgo



Iª Lectura: Isaías (58,7-10): Solidaridad y compromiso
I.1. La primera lectura de la liturgia de hoy la encontramos en el libro de Isaías (TritoIs) que es como el texto de Is 1,10-20, acomodado a una nuevas circunstancias por las que pasa el pueblo de Judá, precisamente en el período postexílico. Todo está casi destruido, y como siempre, los pobres son los que soportan lo peor. Sabemos que es un texto de la escuela de Isaías. Se plantea en la comunidad la necesidad de un día de ayuno, mortificación y humillación para conseguir el favor divino. Entonces el profeta habla, dice, interpreta e interpela. Lo que Dios quiere, como ayuno, como mortificación, es no cerrarse al prójimo, a “tu propia carne”, en el lenguaje antropológico-semítico del AT. Con ello se revelan las causas de la situación: la falta de identificación con el que sufre, el no sentirnos afectados personalmente por el hambre, la desnudez o la pobreza de los otros, considerando esos hechos como datos fríos de noticias o de encuestas sociológicas.

I.2. Pero el profeta dice que cuando alguien pasa hambre eres tú quien la pasas; cuando te desentiendes de tu prójimo, te desentiendes de ti mismo. Si se hace todo eso: partir el pan con el hambriento, hospedar al pobre, vestir al desnudo, habrá justicia; y si hay justicia allí está la gloria de Dios. No hay ayuno mejor que este para ganarse el favor de Dios. Es un texto que Lucas tomó como programa para la lectura de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,14ss). Las promesas de luz, son exigencias de justicia; esto la sabe el mundo entero.



IIª Lectura: Iª Corintios (2,1-5): La experiencia de Cristo crucificado en Pablo
II.1. La segunda lectura, continuando con 1 Corintios, es de una fuerza inexorable: la fuerza del poder más pobre del mundo: la cruz, la sabiduría de la cruz, del fracaso. Pablo, predicador, apóstol, se presentó en Corinto consciente de lo poco que podía presumir ante los ojos del mundo, ante la sabiduría de los filósofos griegos, del mensaje que predicaba. Incluso había tenido un fracaso grande en Atenas, la ciudad más sabia del mundo (Hch 17), porque les había anunciado la resurrección del un crucificado. Pero la sabiduría de Dios, está claro, no encaja con la de este mundo. Corinto era una ciudad distinta, donde frente a los potentados económicamente por ser una ciudad comercial, había muchos marginados, pobres, trabajadores de sol a sol. ¿Aceptarán este mensaje del cristianismo? Corinto fue distinta; difícil ciudad y difícil comunidad, heterogénea, pero allí encontró Pablo a los que aceptaron el mensaje de Cristo, y éste, crucificado. Maravilloso pasaje donde Pablo expresa la convicción de que Jesucristo, el crucificado, es el liberador de los oprimidos.

II.2. Se trata, pues, de ponerse como modelo para la comunidad en el mejor sentido de la palabra. En realidad Pablo, el judío, podía haberse presentado como un buen rabino cristiano y un buen retórico, sabio y de cultura helenista, pues lo era según los mejores datos que tenemos. Pero como apóstol de Jesucristo, no entiende que los altos discursos de sabiduría pudiera trasladar el mensaje de “Cristo crucificado”. Eso hubiera sido un infidelidad a quien lo llamó y por ello la comunidad que había sido llamada desde su experiencia de pequeñez no puede renunciar a sus orígenes “crucificados”. Cuando la comunidad, la Iglesia, quiere vivir la “grandeza y la gloria, el poder y la influencia incluso de su teología y de su ética no vive en plenitud el mensaje del Crucificado. Si la Iglesia no entiende que pueda ser perseguida e incluso rechazada… entonces no hay “theologia crucis” en su seno. La Iglesia debe ser discutida… y sentirse por ello muy cerca de su Señor.



Evangelio: Mateo (5,13-16): Sal de la tierra y luz del mundo
III.1. El evangelio de Mateo, hoy, prosigue el sermón de la montaña con dos comparaciones -no llegan a parábolas-, sobre el papel del cristiano en la historia: la sal de la tierra y la luz del mundo. Todos sabemos muy bien para qué es la sal y cómo se degrada si no se usa. De la misma manera, desde las tinieblas, todos conocemos la grandeza de la luz, del día, del sol. Probablemente son de esas expresiones más conocidas del cristianismo y de las más logradas. En los contratos antiguos se usaba la sal como un símbolo de “permanencia”. Ya sabemos que la sal conserva las cosas, los alimentos… y era un signo de la Alianza en el ámbito del judaísmo por ese sentido de la fidelidad de Dios a su pueblo y de lo que Dios pedía al pueblo. Entonces entenderemos muy bien el final de la comparación: “si la sal se vuelve sosa”… hay que tirarla. Pierde su esencia. No olvidemos que esta comparación viene a continuación de las bienaventuranzas y por lo mismo debemos interpretarla a la luz de la fuerza de las mismas. El cristiano que pierde la sal es el que no puede resistir viviendo en la opción de las bienaventuranzas.

III.2. La luz del mundo, y la ciudad en lo alto del monte… tienen también todo su sabor bíblico. Sobre la luz sabemos que hay toda una teología desde la creación… Pero también se usa en sentido religioso y se aplicaba a Jerusalén, la ciudad de la luz, porque era la ciudad del templo, de la presencia de Dios. Por eso “no se puede ocultar una ciudad”… hace referencia, sin duda a estos simbolismos de Jerusalén, de Sión, de la comunidad de la Alianza. El cristiano, pues, que vive de las opciones de las bienaventuranzas no puede vivir esto en una experiencia exclusivamente personal.. Es una interpelación a dar testimonio de esas opciones tan radicales del seguimiento de Jesús, de la fuerza del evangelio.

III.3. Con estos dichos del Señor se quiere rematar adecuadamente el tema de las bienaventuranzas, que fue el evangelio del domingo anterior. Efectivamente, esto que leemos hoy debemos ponerlo en relación directa, no solamente con el estilo literario de las bienaventuranzas, sino más profundamente aún con su teología. El Reino de Dios tiene que ser proclamado y vivido y el Sermón de la Montaña es una llamada global a llevarlo a la práctica. De la misma manera que la Alianza fue sellada en el Sinaí, después el pueblo está llamado a vivirla en fidelidad. La nueva comunidad que tiene su identidad de estas palabras del Sermón tiene que iluminar como una nueva Jerusalén, como una espléndida Sión. Ella misma es el templo vivo de la presencia de Dios, luz de luz. Y la comunidad, y el cristiano personalmente, deben estar en lo alto del monte, de la vida, de la historia, de los conflictos, de las catástrofes, no solamente para mostrar su fidelidad, sino para iluminar a toda la humanidad. Como los profetas soñaban de Sión.

III.4. Los que han hecho las opciones por el mundo de las bienaventuranzas han hecho una elección manifiesta: ser sal de la tierra y luz del mundo. Esto quiere decir sencilla y llanamente que las bienaventuranzas no es para vivirlas en interioridades secretas, sino que hay que comprometerse en una misión: la de anunciar al mundo, a todos los hombres, eso que se ha descubierto en las claves del Reino de Dios. Las bienaventuranzas, son un compromiso, una praxis, que debe testimoniarse. No puede ser de otra manera para quien se ha identificado con los pobres, con la justicia, con la paz. Eso no puede quedar en el secreto del corazón, sino que debe llevarnos a anunciarlo y a luchar por ello. Porque esto de ser sal de la tierra y luz del mundo se ha usado muchos para “santos” especiales; pero no deja de ser un despropósito… es sencilla y llanamente la identificación de la verdadera vocación cristiana. Todo cristiano está llamado a ser la sal de la tierra y la luz del mundo… aunque no llegue a esa santidad desproporcionada.


Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
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Este comentario está incluido en el libro: Sedientos de su Palabra. Comentarios bíblicos a las lecturas de la liturgia dominical. Ciclos A, B y C. Editorial San Esteban, Salamanca 2009.


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Pautas para la homilía



Ha comenzado la misión de Jesús. Ha reclutado discípulos, ha curado enfermedades y dolencias. La gente se agolpa a su alrededor, ha encontrado el filón para su felicidad. Pero la felicidad no está allí donde todos imaginamos, las cosas no son como nosotros las apreciamos. Jesús lo ha estado explicando a lo largo de todo el sermón, la felicidad no está en la liberación de todo los males, en la ausencia de dificultades, en la riqueza sino en la posesión de la bondad.

Jesús con su mensaje ha vuelto nuestros criterios del revés. Sus criterios no coinciden con los nuestros. Acomodarnos a la mentalidad de Jesús supone dejar todo lo que estimamos nuestro pero el resultado será recuperar el verdadero perfil humano, lo que realmente es nuestro y que hemos ahogado bajo las capas de egoísmo, apariencia, vanidad, poder, con todo aquello que consideramos valores y que no son más que el disfraz, la careta que oculta nuestro auténtico ser. Ese ser que vemos representado en Jesús y cuyos rasgos él ha ido delineando a través de las bienaventuranzas.

No basta con sentirse seducido por Jesús. Seguirlo comporta un cambio radical de mentalidad y vida. Jesús ha expuesto su programa y su exigencia. Ser discípulo de Jesús no queda en la propia satisfacción y complacencia, ha de trascender hacia los demás. El discípulo ha de ser misericordioso, ha de llorar con los que lloran, ha de buscar la justicia, ha de ser limpio de corazón.

La misión y el sentido que ofrece Jesús están simbolizados por dos elementos cotidianos: la sal y la luz. Un simbolismo que no es pura fantasía ni un convencionalismo más. Dos elementos sencillos, humildes pero imprescindibles. Dos elementos que se hacen notables cuando faltan, que “brillan por su ausencia”.

“Vosotros sois la sal de la tierra”
La sal no vale para sí misma. No tiene belleza ni ostentación, pasa desapercibida pero es el elemento culinario más imprescindible.

No busca protagonismo ni poder. El poder, como la falta de sal corrompe. La sal tiene la cualidad de conservar, de preservar, por ella los alimentos más vulnerables se vuelven imperecederos. Algo aplicable a los cristianos a nuestras comunidades, a la iglesia. Cuando funcionan, cuando son sal, pasan casi inadvertidas, pero pasan, sin hacer ruido, haciendo el bien.

La sal conserva y purifica. Ser sal como nos pide Jesús es purificar en nuestro corazón y en nuestras iglesias aquello que no permite reconocernos como comunidad de Jesús.

No ha de turbarnos la cantidad, el número de cristianos, de religiosos sino la calidad. Una pizca de sal es suficiente para dar sabor y ennoblecer el guiso.

Pero también está el lado negativo. Jesús exige a sus discípulos ser sal. Sois sal, pero cuidado porque si la sal se desvirtúa ¿Con qué se la salará? Como inservible se tira al camino para que la pisen las gentes.

Un tema a reflexionar. Es fácil deslizarnos por la pendiente de los “valores” que nos presenta la sociedad y que mirados con los ojos de Jesús resultan ser un contravalor.

“Vosotros sois la luz del mundo”
Es la otra metáfora. Sin luz “andamos en sombras de muerte”. La luz ilumina las tinieblas, su simbolismo representa la verdad.

Ser luz, ser verdad, anunciar la verdad, vivir la verdad. Y la luz y la verdad no son para uno mismo. Hay que alumbrar a todos los de la casa, a los de cerca pero también al mundo.

El sentido de la luz es iluminar, ahogada debajo del celemín resulta tan inservible como la sal desvirtuada. El seguidor de Jesús lo es para los otros. La vocación del cristiano no es la del escondite, la del respeto humano y el complejo de inferioridad. Tampoco se esconde la ciudad construida sobre la cima del monte. La presencia del cristiano ha de ser transparente, como la de aquel que no tiene nada que ocultar y sí mucho que mostrar.

El cristiano ha de cuidar de no ostentar su propia luz, con ello ahogaría la auténtica. Nuestra luz, nuestro ser luz ha de ser manifestar la de Cristo.

En el evangelio de san Juan encontramos a Jesús identificado con la luz “Yo soy la luz del mundo”. Aquí en el evangelio de Mateo Jesús nos está invitando a identificarnos con él. “También vosotros sois la luz”.

.Así como la luz brilla, han de brillar vuestras buenas obras. No se trata de idealización fatua. Las obras corroboran “por sus frutos los conoceréis” nos dirá en otra ocasión. Obras que se ven y escuchan, no teorías vacías de contenido, de confrontación con la realidad.

Ser luz, ser la luz de Cristo que alumbra siempre, no en alguna ocasión. El seguidor de Jesús está al servicio. Su misión iluminar, dar sentido, el sentido de Jesús a todo hombre.

En el Evangelio de hoy comprobamos que no hay dicotomía entre el ser y el hacer. Jesús nos dice sois sal y sois luz, “alumbre vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.


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