martes, 3 de enero de 2012
Ciclo B: El Bautismo del Señor ( 8 de Enero)
Introducción
Así resume Pedro su experiencia de Jesús de Nazaret, “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo”. Es lo que hoy celebra la Iglesia, cerrando así el tiempo litúrgico de la Natividad del Señor.
Jesús se acerca a ser bautizado por Juan en el Jordán, y tras el bautismo queda de manifiesto a todos que el Espíritu de Dios está en Él y es el Hijo amado y preferido del Padre.
Una buena ocasión para que cada uno de nosotros renovemos y nos afiancemos en nuestra condición de bautizados en el nombre del Señor Jesucristo y ungidos también por la fuerza de su Santo Espíritu. Es fiesta de gozo y gratitud al Dios de la vida y del amor por nuestra condición de bautizados en el nombre de su Hijo, que ha unido nuestro destino al suyo. Y es también fiesta de compromiso en la renovación de nuestra fidelidad al Espíritu que siempre nos impulsa a recorrer caminos de justicia, bondad y paz.
Ver la presentación animada de las lecturas
Lecturas
Lectura del libro de Isaías 42, 1-4. 6-7
Así dice el Señor:
«Mirad a mi siervo, a quien sostengo;
mi elegido, a quien prefiero.
Sobre él he puesto mi espíritu,
para que traiga el derecho a las naciones.
No gritará, no clamará,
no voceara por las calles.
La caña cascada no la quebrará,
el pábilo vacilante no lo apagará.
Promoverá fielmente el derecho,
no vacilará ni se quebrará,
hasta implantar el derecho en la tierra,
y sus leyes que esperan las islas.
Yo, el Señor, te he llamado con justicia,
te he cogido de la mano,
te he formado, y te he hecho
alianza de un pueblo, luz de las naciones.
Para que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos de la prisión,
y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»
Sal 28, 1a. 2. 3ac-4. 3b y 9b-10 R. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado. R.
La voz del Señor sobre las aguas,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica. R.
El Dios de la gloria ha tronado.
En su templo un grito unánime: «¡Gloria!»
El Señor se sienta por encima del aguacero,
el Señor se sienta como rey eterno. R.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34-38
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
– «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.»
Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 7-11
En aquel tiempo, proclamaba Juan:
– «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias.
Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo:
–«Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»
Comentario Bíblico
Está viendo el comentario bíblico de: Fray Miguel de Burgos Núñez
También puede ver el de: Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos en el segundo domingo de Enero se cierra el tiempo de Navidad para introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado el acontecimiento más determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo.
Iª Lectura: Isaías (55,1-11): Buscadme y viviréis
I.1. El “poema” de la primera lectura del día es uno de los textos maravillosos producidos por la teología profética. El llamado Deuteroisaías nos habla de la Palabra de Dios que, como la lluvia, da vida, moviliza todas las energías de la naturaleza. Es un texto que aparece varias veces en los ciclos litúrgicos. El poema es complejo, es decir, no es una pieza homogénea y puede prestarse a varias lecturas y a interpretaciones simbólicas de mucho calado, según las circunstancias. Cierra el ciclo de la parte que se considera el Deuteroisaías y por eso mismo ha podido ser retocado en circunstancias distintas de la transmisión. Tiene dos partes bien claras (vv. 1-5 y vv. 6-11; e incluso se completa con un epílogo vv. 12-13). La primera parte nos habla de la alianza y de su renovación. La segunda es la descripción del camino de Dios por medio de la palabra que da vida.
I.2. Se puede poner de manifiesto en la liturgia de hoy que quien se acerca a escuchar a Dios tendrá vida. ¿Cómo? Por medio de la Palabra que anuncian sus profetas, sus sabios e incluso toda la tierra. El simbolismo de la lluvia y la nieve, símbolos de vida, es algo proverbial. Por eso, aplicado a Jesús que abandona Nazaret para comenzar a hablar como profeta, tiene todo su sentido. A Dios hay que escucharlo por medio de los verdaderos profetas que interpretan la historia, porque toda liberación y restauración es fruto de su palabra.
IIª Lectura: Iª Carta de San Juan (5,1-9): Creer en Cristo y amar a Dios en los hermanos
II.1. La segunda lectura es uno de los textos en los que el autor de esta carta, escribiendo a su comunidad, les propone un cristianismo práctico. No es posible creer en Dios sino aceptando a Jesucristo y por eso, deduce el autor, se han de cumplir los mandamientos de Dios. La polémica está servida en este texto que no solamente es teológico, sino cristológico y eclesiológico. A Dios se le encuentra por medio de Cristo, por la fe. Pero este creer no es el gozo de un mundo estético ni la apologética extremista de que hay que creer en Dios y en Cristo porque no hay más remedio. Porque solamente la fe en Cristo, revelador de Dios, hace posible una vida de fraternidad, es decir, de amor entre los hermanos. A eso nos referimos con la expresión de un “cristianismo práctico”.
II.2. Los mandamientos de Dios, en plural, se reducen a un singular: el amor a los hijos de Dios. Así es como crece la fe más ortodoxa para este cristianismo que se propone al mundo. Esa es la fuerza de la fe que vence al mundo. Porque, para el autor, el mundo no son las cosas, la naturaleza, lo ecológico, sino que el mundo es el desamor, el odio, la guerra, la maldad. Y todo esto no crece en la espesura del bosque o en las hendiduras de las rocas: crece en el corazón humano y está absolutamente personalizado. Y la fe que vence a ese mundo es el amor que se apoya en Jesucristo y se ha revelado por medio de tres testigos: el Espíritu, el agua y la sangre (los dos primeros hacen referencia al texto del evangelio de hoy; el tercero, a su muerte).
III. Evangelio: Marcos (1,7-11): El bautismo en el Espíritu
III.1. En las tradiciones cristianas primitivas, el evangelio del “Hijo de Dios” (como le llama Marcos (1,1), no comienza de improviso, sin cerrar el pasado, sin romper los silencios y las noches de espera y esperanza de un tiempo nuevo. Muchos creyeron que eso había llegado con Juan el Bautista. Y esto se conserva latente en el cristianismo antes de que comenzaran a ponerse en pie las identidades de la religión nueva: el cristianismo. Hoy no se discute que Juan el Bautista fue el precursor del Jesús, al menos en la interpretación fundamental. Había, pues, que separar y decir algo de cómo todo comenzó en Galilea. Pero Jesús, que conoció al Bautista, que incluso se interesó por su causa y su predicación, no se quedó con él… Por eso el texto muestra, por medio de la escena del bautismo, la diferencia entre un proyecto penitencial y el proyecto evangélico: el bautismo en el Espíritu de Dios.
III.2. El texto nos habla del testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús, quien llevará a cabo su obra, no por un bautismo de agua (aunque sea un símbolo), sino por el bautismo en el Espíritu. Es una escena cristológica de las primeras comunidades cristianas que Marcos ha asumido como inauguración solemne del ministerio público de Jesús. Es la presentación profética, pero sencilla, del que ha de revelar a Dios, sus mandamientos, su proyecto de salvación y de gracia. Jesús vino al Jordán como hombre, pero al pasar por el Jordán, como el pueblo, quedó «constituido» en el profeta definitivo del Dios de la salvación. Por eso se ha dicho que este es un relato de “vocación” profética. La escena del Bautismo de Jesús, en los textos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación.
III.3. El Bautismo de Jesús se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el perdón de los pecados, una etapa nueva, decisiva más bien, donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ello por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos evangélicos van a tener mucho cuidado en mostrar que ese acto del bautismo va a servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que Él no es un pecador más que viene a hacer penitencia. El es el Hijo Eterno de Dios que, como hombre, pretende imprimir un rumbo nuevo en una era nueva. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el «señor» de nuestra vida.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
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Este comentario está incluido en el libro: Sedientos de su Palabra. Comentarios bíblicos a las lecturas de la liturgia dominical. Ciclos A, B y C. Editorial San Esteban, Salamanca 2009.
Pautas para la homilía
Era necesario un cambio.
La fuerza de la fe del pueblo de Israel se había fosilizado. Había perdido el coraje, el vigor y el Espíritu. No es que fuera una sociedad secularizada, sin Dios, como hoy entendemos y somos. La ley de Yahvé, su culto y sacrificios en el templo, el recuerdo de sus gestas en la historia del antiguo Israel, permanecían vivos en la práctica y en el recuerdo de los contemporáneos de Juan el Bautista y de Jesús de Nazaret, que lo rememoraban con particular intensidad en sus grandes fiestas anuales. Pero todo ello, si bien focalizado hacia Dios, carecía de la vida de Dios, del Espíritu de Dios.
Por eso Juan comenzó a predicar y a bautizar, llamando a una vivencia más auténtica de la fe en Yahvé. Y barruntó una nueva presencia del Espíritu, que se manifestó tras el bautismo de Jesús, cristalizando en el Nazareno la identidad de Hijo amado y predilecto del Padre.
A partir de aquí, Jesús comienza a vivir de forma plena y en exclusiva para el proyecto del Padre, manifestado ya desde antiguo en la predicación profética: implantar la justicia y el derecho, ser luz para los ciegos y libertad para los cautivos, oferta de bondad y liberación de todo mal. Nuevo impulso de vida, en definitiva, para una humanidad anquilosada y desnortada.
He oído estas últimas semanas a personas distintas decir: “parecemos tristes”. Hace veintisiete años, Jesús Burgaleta, recordado y querido profesor, escribía en una pauta homilética para este mismo domingo: la crisis que padecemos “es crisis económica, crisis política, crisis de convivencia, crisis de valores, crisis de modelos, crisis de identidad, crisis religiosa. Se nos ha juntado todo a la vez: estamos enfermos y sin defensas. Soñamos con la salida, estamos ansiosos de descubrir nuevos valores, nos bebemos las páginas del periódico cuando nos da la noticia de nuevas tecnologías, de fuentes de energía sustitutoria, de nuevas perspectivas de trabajo”.
Sin ánimo de pesimismos o derrotismos estériles hemos de convenir en que mucho de todo esto también lo vivimos hoy, casi treinta años después. Y la salida, hermanos, ya está aquí, entre nosotros. El Espíritu que hizo de Jesús el Hijo amado y predilecto del Padre se nos ha dado también a nosotros. Su Fuerza nos habita. Su Vida nos vivifica. Su Programa de acción es el camino a recorrer cada día.
El proyecto de Dios sobre la Tierra y sobre la humanidad está aún lejos de su realización.
En la mente de cada uno de nosotros están los puntos oscuros de la historia que en este preciso momento estamos gestando. Alguien ha definido nuestro tiempo y nuestra cultura contemporáneos con los preocupantes calificativos de ansiedad, frustración, desengaño, indignación… Porque somos muchos los que seguimos sin luz para entendernos, sin libertad para realizarnos, sin bondad para crecer equilibrados y sanos. Porque somos muchos los que nos sentimos engañados, defraudados, desconsolados, amenazados; por no decir explotados, cosificados, arrinconados o como material de desecho.
Y en medio de todo esto, el Espíritu de Dios nos impulsa hoy, como antaño a Jesús, a pasar por el mundo, por este mundo, haciendo el bien y liberando a todos los oprimidos por el mal. ¡Qué hermoso y beneficioso para nuestra humanidad que hoy nos pongamos humildes y generosos a la escucha del Espíritu que nos fue dado en nuestro propio bautismo, para que descubramos por dónde quiere guiar nuestros pasos y encaminar nuestros esfuerzos! Seámosle fieles. Están en juego la vida y la esperanza, la justicia y la paz. La dignidad. Esa huidiza y vaporosa realidad que llamamos dicha, o felicidad.
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