domingo, 18 de diciembre de 2011
Ciclo B: Natividad del Señor (Misa de medianoche 24-12-2011)
Introducción
Las lecturas de la Misa del Gallo giran en torno al simbolismo de la luz y de la noche: es una noche llena de Luz.
El profeta Isaías nos habla de cómo la luz inunda de alegría al pueblo que camina en tinieblas. Esa luz es un recién nacido, el Príncipe de la paz, que establecerá la justicia y el derecho ahora y por siempre.
El salmo responsorial nos invita a cantar con alegría pues ha nacido el Señor.
Escuchando a san Pablo en su carta a Tito podemos meditar cómo esa luz que inunda las tinieblas es la gracia salvadora del Señor recién nacido, que ilumina y purifica nuestra imperfecta humanidad.
El pasaje de san Lucas es quizás el más tierno y conmovedor de todas las Escrituras. Todo nacimiento de un niño nos toca profundamente el corazón, pero más aún cuando este Niño es la Luz divina que da sentido a nuestra vida.
Ver la presentación animada de las lecturas
Lecturas
Lectura del libro de Isaías 9, 1-3. 5-6
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo;
se gozan en tu presencia, como gozan al segar,
como se alegran al repartirse el botín.
Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga,
el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado:
lleva a hombros el principado, y es su nombre:
«Maravilla de Consejero, Dios guerrero,
Padre perpetuo, Príncipe de la paz.»
Para dilatar el principado, con una paz sin límites,
sobre el trono de David y sobre su reino.
Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho
desde ahora y por siempre.
El celo del Señor de los ejércitos lo realizará.
Sal 95, 1-2a. 2b-3. 11-12. 13 R. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R.
Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R.
Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. R.
Delante del Señor que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Tito 2, 11-14
Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo.
Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquel tiempo, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero.Éste fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo:
«No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. »
Comentario Bíblico
Está viendo el comentario bíblico de: Fray Miguel de Burgos Núñez
También puede ver el de: Fray Miguel de Burgos Núñez | Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Iª Lectura: Isaías (9,1-3.5-6): Siempre brillará una gran luz
I.1. El poema de Isaías sobrecoge por su hermosura, por su descaro para proponer lo que no se toca con las manos, pero que siempre se sueña. Lo profetas siempre son utópicos, pero realistas cuando es necesario. Como canto de esperanza y de gozo, es una exhortación a la alegría. Atrás quedan muchas cosas de la historia de un pueblo: guerras y opresiones, deslealtad y búsqueda de “dioses” que no tienen ojos, ni corazón. Hay, pues, un horizonte de luz para el pueblo. La luz, por tanto, se convierte en el signo de este poema. La luz trae la vida, la salvación, y por eso, hasta la noche es hermosa, cuando en ella “hay luz”.
I.2. La luz es, por otra parte, el signo de la gran liberación que el profeta propone al pueblo en nombre de Dios. Liberación que habla de la utopía de la justicia; y con la justicia la paz, shalom, esa palabra clave de la Biblia y de todo corazón humano. La paz nunca se puede dar sin justicia. Bien es verdad que es algo más que el “orden”: es un bien “mesiánico” con todas las de la ley. La tiranía del opresor, su vara, las botas del soldado y el manto manchado de sangre han sido destruidos. La luz siempre evoca la acción creadora y salvadora de Dios. No olvidemos que a muchos esclavos del pueblo les habían sacados los ojos… para no ver; así habían caminado a un destierro.
I.3. ¿Quién trae todo esto? “un niño”. El profeta, desde luego, no piensa en el niño de Belén. Nosotros, sin embargo, solamente podemos leer este poema desde Belén. Es uno de los privilegios de la hermenéutica cristiana. Tenemos todo el derecho a ello, porque podemos ir más allá del poema y de las circunstancias históricas (probablemente se refería al niño que sería después el rey Ezequías). La utopía se realiza en la historia concreta, humana, entrañable: un niño, un hijo, uno de nosotros es quien puede traer todo esto. Probablemente se ha podido inspirar el profeta en poemas de “entronización”... pero es un canto a la justicia y a la paz. Y esto en la tierra no se hace presente si Dios no interviene y nosotros le dejamos intervenir: eso es Navidad.
IIª Lectura: Tito (2,11-14): Se ha hecho presente la gracia de Dios
II.1. En la noche de Navidad, esta especie de confesión de fe primitiva, recogida en el texto de la carta a Tito, evoca la grandeza del misterio de esta noche santa. El texto, que viene después de una exhortación a los esclavos, habla de una epifanía (epiphanía), así comienza; y a continuación se desgranan una serie de expresiones llenas de sentido: la gracia (charis) de la salvación (sôtería) de Dios “para todos” (pasin) los hombres. El pensar que la salvación de Dios es para todos los hombres, para la humanidad, es muy importante. Porque Dios se ha hecho hombre por todos. Esto conviene resaltarlo a todos los efectos, porque en el corazón humano es donde debe reinar esa gracia de la salvación de Dios. Por tanto, todos los hombres, esclavos o libres, estamos llamados a ser nosotros mismos en Cristo nuestro salvador.
II.2. Todo esto recuerda el hecho de una liberación que el pueblo de Israel ha sentido en sus carnes (cf Dt 14,2). Ahora acontece algo semejante, o mejor, mucho más grandioso: ¿por nada? (Desde luego que no!, Nadie puede ver a Dios, ni a su salvador Jesucristo, viviendo en la impiedad y en la injusticia (asebeia - adikía). No es es simplemente por el pago de una vida ética y moral, como en cierta forma se puede leer el texto. Es algo que va mucho más allá de la vida del mundo, de los criterios del mundo y de la impiedad del mundo. Se trata de tener una experiencia nueva del Dios que tiene un proyecto absoluto: la salvación de todos los hombres. Y esto comenzó a ser realidad en la “encarnación”. Todo esto se escribe con la mano de Dios. Y la historia “nueva” de la humanidad no puede escribirse sin el Dios salvador.
Evangelio: Lucas (2,1-14): Cur Deus homo? ¿Por qué Dios está entre nosotros?
III.1. Henos aquí ante el gran texto de la noche de Navidad. La Navidad de Occidente se ha expresado siempre en la “noche” por este relato primoroso; hemos de reconocerlo. El mundo no celebraría la Navidad sin esta narración, aunque sea en esa noche que antes del cristianismo era divino-pagana (era la celebración del solsticio de invierno y la fiesta del “sol invicto”) y ahora es divino-humana. Lucas, su creador, se ha cubierto de gloria como escritor y como teólogo, quizá no tanto como historiador. Hay muchas maneras de leer e interpretar el conjunto, que en realidad debería contemplar los vv. 1-21, pero la última parte se reserva para otro día del tiempo de Navidad, o para la misa de la aurora, donde se celebre. El conjunto narra e “interpreta” lo que significa el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Mesías y el Señor en la “ciudad de David”. Los tres títulos que llenan de contenido el anuncio del cielo. Habría que decir muchas cosas desde el punto de vista exégetico y narrativo. Pero nos vamos a reducir a lo más esencial.
III.2. El evangelio de esta noche está planteado en dos momentos. En el primero (vv.1-5) se muestra la autoridad del “César”, dueño del imperio, del mundo de entonces. Un “dogma”, un decreto suyo, moviliza a los oprimidos y esclavos de su autoridad y de su poder. Si analizamos lo que de histórico hay en todo esto, quizás no podamos aceptar cada uno de los pormenores de este relato. Pero entre esos “sometidos” estaban los padres de Jesús que tienen que “ponerse en camino”, que es una constante del evangelio de Lucas. Jesús antes de nacer ya está caminando, como cuando su madre va a visitar a Isabel. La elección de todo esto por parte de Lucas puede responder a la historia, pero sería lo menos importante el probarlo. Lo que verdaderamente nos debe llamar la atención es cómo el “dios” del mundo (Augusto era considerado divino, un dios) quiere “censar”, controlar, someter, hacer pagar tributo a todos los habitantes del mundo (oikumene). Y es eso lo que pretende Lucas que se considere como causa de un acontecimiento de gracia y salvación: la visita de Dios a los que no tienen derecho y libertad y, por lo mismo, al mundo entero, en contrarréplica al decreto y a la autoridad del “dios” de Roma (Augusto) que ha construido un imperio sobre la esclavitud y la injusticia.
III.3. El segundo momento (vv. 6-14) quiere presentarnos al Dios de verdad, según Lucas. Las cosas van a ser bien distintas a todos los efectos: un grupo de pastores se van a convertir en “los emisarios” de la voz y el proyecto de Dios, lo que es verdaderamente extraño. Estos no tienen la autoridad de Quirino para llevar a cabo su cometido. Tampoco hay un “decreto”, un “dogma”, como en la primera parte, sino una “voz” celeste, la del ángel del Señor y la gloria (kabod) que los envuelve. Todo es demasiado irreal por el contraste que se representa. Se podía haber elegido unos emisarios más dignos del testimonio que habían de dar. La intencionalidad, pues, es kerygmática, se dice; proclama que Dios, cuando parece que todo está perdido para los sin ley, sin derecho y sin nombre, tiene una palabra que decir y visita a los suyos. Cuando María no encuentra “acogida” para dar a luz, el cielo muestra que nada hay imposible para Dios. El Salvador, el Mesías y el Señor ni siquiera tiene sitio en la “ciudad de David”. Cualquier letrado hubiera interpretado que la ciudad de David era Jerusalén, pero los ignorantes pastores aciertan con la otra ciudad de David, la verdadera, la primitiva, la que había perdido su rango y su historia. En el caso de la tradición primitiva recogida por Lucas es Belén, pero nosotros tenemos derecho a interpretar que Belén es más una ciudad teológica que histórica.
III.4. Desde el cielo se les da un “signo” (sêmeion): “un niño envuelto en pañales y acunado en un pesebre (phatnê)” ¡Vaya signo! ¿Existe relación entre los títulos de quien ha nacido: Salvador (sôter), Mesías (christos) y Señor (kyrios) con este signo? ¡Desde luego que sí! Pero solo para quien tiene el alma y la conciencia de los pastores y los marginados, de los “sin poder”. Pues he aquí lo extraordinario y la grandeza de la noche de Navidad: se trata de signos muy humanos que hacen posible hablar de una noche divino-humana, como ya hemos apuntado. Nadie reconocería a un personaje de tales títulos en un niño empañado, que es lo primero que hace una madre cuando da a luz a su hijo. Para unos ignorantes y pendencieros pastores era muy poco para reconocer al Salvador y Señor. Y sin embargo no se equivocaron; lo humano es verdaderamente reconocible. La historia que comenzó desde la tiranía de un decreto, la convierte Dios, por obra y gracia de su decisión salvífica, en una historia de liberación y de amor. Dios, pues, está entre nosotros porque quiere divinizarnos a todos, humanizándonos. ¿Cómo? El himno de los ángeles, como colofón, lo deja claro: con el don de la paz que Dios entrega a los que ama; los que son objeto de su benevolencia. Efectivamente, navidad se escribe con la mano del Dios vivo y verdadero que sale a nuestro encuentro.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
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Este comentario está incluido en el libro: Sedientos de su Palabra. Comentarios bíblicos a las lecturas de la liturgia dominical. Ciclos A, B y C. Editorial San Esteban, Salamanca 2009.
Pautas para la homilía
Los que viven en el campo saben bien lo que es la oscuridad de la noche. En cambio, en las ciudades, debido al alumbrado público, ésta se hace mucho menos patente.
Antiguamente, cuando aún no se había inventado la electricidad, la noche sumía al mundo en las tinieblas, sobre todo cuando la luna no proyectaba su plateada luz. Entonces era muy peligroso aventurarse a estar a la intemperie, porque en las tinieblas cualquier cosa podía pasar. Al llegar la noche, en cierto modo el mundo se sumía en el caos.
Pero, paradójicamente, en medio de la total oscuridad, el firmamento cobra toda su belleza y esplendor. Cuando alzamos la mirada a lo alto y contemplamos el cielo cubierto de estrellas, nuestro corazón se llena de paz y alegría disfrutando de tanta hermosura. Fray Luis de Granada afirma que el firmamento estrellado, con su apabullante belleza, armonía y grandeza, es el elemento de la naturaleza que mejor nos habla de Dios.
Al contemplar con fe el firmamento, nuestro corazón se llena de amor por nuestro Creador.
Pues bien, en el contexto de la oscuridad de la noche la Iglesia celebra la Misa del Gallo. En medio del caos y el peligro, una Luz se hace presente para alumbrar nuestra vida, para darle todo su sentido.
Dios creó el mundo bueno y bello, pero el ser humano lo sumió en la oscuridad del pecado. Y la humanidad caminó en medio de las tinieblas, en medio del peligro y el caos, hasta que Dios tuvo a bien enviar a su Hijo al mundo para alumbrar nuestras vidas.
El Niño Jesús vino para dar fin a aquella larga noche espiritual. No es de extrañar que el lugar de su nacimiento fuera indicado por una estrella, pues Él es la estrella más esplendorosa, la luz más hermosa.
La belleza del firmamento estrellado nos habla de lo hermosa que se vuelve nuestra vida cuando Jesús nace en medio de ella. Con Él, la oscuridad y el caos de nuestro corazón son transformados en amor y felicidad.
Pero la Navidad no es sólo una experiencia personal: es ante todo una experiencia comunitaria que celebramos junto a la familia y la comunidad parroquial o religiosa.
Y hemos de reconocer que ni nuestra familia ni nuestra comunidad son perfectas. Hay algunos momentos en los que no son precisamente un ejemplo para nadie. A veces es mejor esconderlas «debajo del celemín o de la cama» (Mc 4,21), pues, más que luz, transmiten tinieblas…
Esa experiencia también la vivió el decadente Pueblo de Israel en tiempos del profeta Isaías, como nos narra la primera lectura que hemos leído. Pero nosotros, como él, hemos «visto una luz grande» (Is 9,2). Y hacia ella hemos caminado espiritualmente durante el tiempo de Adviento hasta llegar a esta noche, la Noche Buena, en la que celebramos que «un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5), para dilatar nuestra existencia «con una paz sin límites» (Is 9,6).
Es la Noche de Paz en la que compartimos todos juntos la Buena Noticia del nacimiento del Salvador en medio del mundo. Él se ha hecho carne, uno de nosotros, para llenar de luz nuestra existencia, para dar pleno sentido a nuestra vida.
Aunque a veces parece que vivimos en una «noche» oscura e impenetrable, y pensamos que nunca pasará, que no podremos vencerla, que siempre seremos «tiniebla»… la fiesta de Noche Buena nos dice que no hay mal en el mundo que no sea superable, que no hay tristeza ni angustia que no se puedan vencer, pues Dios nos ha enviado un Salvador cuya Palabra es revitalizadora, iluminadora, resucitadora…
Con el Nacimiento del Hijo de Dios el mundo recobra la vista. Y lo mismo podemos decir de nuestra familia, de nuestra comunidad y de cada uno de nosotros. Es una experiencia semejante a la que tuvo aquel ciego de Jericó que fue curado por Jesús (cf. Mc 10,46-52): la vida nos cambia totalmente porque se llena de sentido.
En definitiva, la Noche Buena, la noche de Navidad, es la fiesta de la esperanza, en la que experimentamos que, efectivamente, una Luz ha nacido en el mundo y esa Luz brilla en nuestro corazón.
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