domingo, 20 de noviembre de 2011

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO 2011

ADVIENTO “Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora” Ir a: Introducción / Lecturas / Comentario bíblico / Pautas para la homilía / Sermones clásicos Introducción Comenzamos con el Ciclo B un nuevo año litúrgico, y lo hacemos con el Adviento, o sea, con la preparación de la venida del Señor. Pero, ¿cómo puede esperarse al que vino hace más de 2000 años? Cierto, lo que sucede es que el que vino hace tantos años, después de vivir con nosotros, marchó y nos prometió que volvería con nosotros, según las últimas palabras del evangelio de san Mateo: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20). Adviento es recuerdo y memoria de aquella venida histórica de Jesús en Belén. Pero, recordándola y celebrándola, tenemos en cuenta otras venidas suyas, como la que tendrá lugar al final de los tiempos y la que ocurre a lo largo y ancho de nuestra historia personal. Por eso, el Adviento cristiano tiene muy en cuenta esta triple venida del Señor. En realidad, el Adviento que yo quiero es el que se sitúa entre la venida histórica primera y la que sucederá al final. Celebrando la primera, preparo la última. Y en esta celebración y preparación tiene lugar la entrañable Navidad personal e intransferible de cada uno. Ver la presentación animada de las lecturas Lecturas Lectura del libro de Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7 Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es «Nuestro redentor». Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas airado, y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas, y seremos salvos. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano. Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19 R. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos. R. Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa. R. Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos alejaremos de ti; danos vida, para que invoquemos tu nombre. R. Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 3-9 Hermanos: La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros. En mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús. Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. El os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de que acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro. Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel! Lectura del santo evangelio según san Marcos 13, 33-37 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: –«Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!» Comentario Bíblico Está viendo el comentario bíblico de: Fray Miguel de Burgos Núñez También puede ver el de: Fr. Gerardo Sánchez Mielgo Comenzamos desde ahora un nuevo tiempo litúrgico y el Adviento nos pone en sintonía con las realidades de espera y esperanza que no se pueden sostener, desde luego, en la impronta que marca a una generación frustrada. El Adviento es todo un símbolo que sirve para defender la dignidad de los hombres, de nuestra naturaleza, de nuestras posibilidades e inteligencia, no a costa de Dios, sino porque aceptamos que la humanidad no tiene futuro sin el Dios del Adviento, el Dios de la encarnación, el Dios que lo da todo por nosotros. El Adviento, que viene de parte de Dios como diálogo previo de la Encarnación, es una llamada a deshacer el "infierno de las tinieblas" que a veces nosotros, la humanidad, provocamos de mil formas y maneras. Iª Lectura: Isaías (63,16-17;64,1.3-8): Dios Redentor y Padre I.1. La primera lectura está entresacada del libro de Isaías (63,16-17;64,1.3-8), y es la reflexión de un profeta (conocido por muchos como Tercer Isaías) que después del exilio de Babilonia sabe lo que es la crisis de identidad de su pueblo. Un pueblo que vive sin Dios, buscando simplemente subsistir, no tiene futuro, porque no tiene esperanza. El profeta, puesto en lugar de los sencillos y de las almas anhelantes, nos ofrece un "credo" majestuoso sobre quién es Dios: nuestro padre y nuestro redentor. (Qué anhelo tan fuerte se siente! Quiere que el cielo se rasgue y baje Dios en persona... Y ya percibe el profeta que esto ha sucedido. I.2. Efectivamente Dios no se ha quedado en su cielo, sino que ha bajado para ser uno de nosotros y enseñarnos a practicar la justicia y la solidaridad. Este Dios ha venido para salvarnos y liberarnos. Esto sucedió, en realidad, en el s. I, con Jesús de Nazaret, el profeta nuevo de Galilea, desde cuando comienza a contarse una historia nueva. Pero muchos siglos antes, hombres, profetas como el Trito-Isaías, lo intuyeron como si lo estuvieran viendo con sus ojos. Desafiando, incluso, la memoria de los padres del pueblo, Abrahán e Israel (considerando éste como uno de los antepasados) que ya no pueden proteger a los suyos (son solo recuerdo), no le queda más remedio que recurrir a Dios. No puede ser de otra manera, porque es el único que puede responder, porque es el único que sabe comprometerse. I.3. El profeta repasa la situación anterior y comprende que el pueblo se ha olvidado de Dios. ¿Qué puede ocurrir? En las religiones de dioses celosos, la venganza divina se hubiera dado por descontado. Pero cuando se tiene un Dios de verdad, con entrañas de misericordia, que considera a los hombres como hijos, entonces sale a relucir lo que Dios es: padre y redentor (go´el). Sin Dios, padre del pueblo, no hay nada que hacer. Es de los pocos textos del AT que usa esta expresión para hablar de Dios como “padre” del pueblo. Dios siempre sabe inventar algo nuevo para los suyos, y en este caso, el profeta, quita el título a los patriarcas para dárselo a Dios, porque Dios es más “padre” que los epónimos, los antepasados. De eso no se vive y hay que reconocerlo. Así es como se “rasgará” el cielo y vendrá el rocío que en tierra de “desierto” es como el maná, como el agua. Esta es una de las imágenes del Adviento. Y entonces el hombre aprenderá a no ser más de lo que debe ser. De ahí que teniendo a Dios como “padre y redentor”, no importa sentirse como el “barro en manos del alfarero”, porque de sus manos siempre sale un vaso nuevo. IIª Lectura: Iª Corintios (1,3-9): El "conocimiento" como experiencia de salvación II.1. La segunda lectura es, concretamente, el proemio de la carta de Pablo a la comunidad de Corinto, aquella que habría de darle mucho quehacer pastoral y teológico. En esas comunidades había grupos bien diversos; algunos buscarán caminos de perfección y de conocimiento más altos y exigentes. Viven bajo la espera de la venida de Jesucristo y el Apóstol los alienta para que sin perder esa dimensión tan esencial de su fe no olviden que lo más importante, no obstante, es vivir la vida de Jesucristo. En esa tensión escatológica no valen de nada las elucubraciones y los miedos: quien vive la vida del Señor; quien tiene sus sentimientos, heredará la verdadera vida. II.2. La comunidad, muy heterogénea, muy plural y muy problemática, se vanagloriaba de su elocuencia y de sus carismas (cc. 12-14). Pablo menciona aquí el “conocimiento” de que hacen gala algunos de la comunidad. ¿Qué conocimiento? Quizás el de la inteligencia (la gnosis, de los griegos). ¿Qué les falta? El conocimiento que viene de la revelación de Dios y que los pondrá en trace de esperar el “día de nuestro Señor Jesucristo”, la “parusía”. En aquellos momentos incluso Pablo pensaba que ese día vendría pronto, como manifestación de la acción salvadora de Dios sobre este mundo y sobre la historia. Y para ese día no hay que prepararse con “conocimiento”, sino desde la praxis de una vida llena de sentido. Evangelio: Marcos (13,33-37): La vigilancia, una llamada a la esperanza III.1. El evangelio de Marcos propio del Ciclo B que inauguramos con este Adviento, insiste en el tema de la carta de Pablo. El c. 13 de Marcos se conoce como el "discurso escatológico" porque se afrontan las cosas que se refieren al final de la vida y de los tiempos. Es un discurso que tiene muchos parecidos con la literatura del judaísmo de la época que estaba muy determinada para la irrupción del juicio de Dios para cambiar el rumbo de la historia. Los otros evangelistas lo tomarían de Marcos y lo acomodarían a sus propias ideas. En todo caso, este discurso no corresponde exactamente a la idea que Jesús de Nazaret tenía sobre el fin del mundo o sobre la consumación de la historia. III.2. Es bastante aceptado que es un discurso elaborado posteriormente, en situaciones nuevas y de crisis, sobre una “tradición” de Jesús y también de algo sucedido en tiempo del emperador Calígula. Aquí, el evangelista, se vale de la parábola del portero que recibe poderes para vigilar la casa hasta que el dueño vuelva. Estamos ante el final del discurso, y se ve que es como una especie de consecuencia que saca, el redactor del evangelio, de la tradición que le ha llegado a raíz de los acontecimientos que han podido marcar la crisis de Calígula, un hombre que no era agraciado ni en el cuerpo ni en el espíritu, como cuenta de él Suetonio (Calig., L). Los judíos habían derribado un altar pagano en Yamnia, y el emperador mandó hacer en el templo de Jerusalén un altar a Zeus. Para los judíos y los judeo-cristianos supuso una crisis de resistencia como oprimidos frente al poder del mundo. En aquél entonces algunos judeo-cristianos no habían roto todavía con el judaísmo y con el templo. No pueden desear otra cosa que legitimar su anhelo religioso en aras de una visión apocalíptica de la historia: sobre todo, es necesaria la fidelidad a Dios antes que la lealtad a los poderes del mundo que oprimen. III.3. En la historia de la humanidad siempre se repiten momentos de crisis; situaciones imposibles de dominar desde el punto de vista social y político, cuando no es una catástrofe natural. La interpretación religiosa de esos acontecimientos se presta a muchos matices y a veces a falsas promesas. El hecho de que no se pueda asegurar el día y la hora pone en evidencia a los grupos sectarios que se las pintan muy bien para atemorizar a personas abrumadas psicológicamente. El lenguaje apocalíptico, que no era lo propio de Jesús, se convierte para algunos en la panacea de la interpretación religiosa en los momentos de crisis y de identidad. III.4. Hoy, sin embargo, debemos interpretar lo apocalíptico con sabiduría y en coherencia con la idea que Jesús tenía de Dios y de su acción salvadora de la humanidad. Se pide "vigilancia". ¿Qué significa? Pues que vivamos en la luz, en las huellas del Dios vivo, en el ámbito del Dios de la encarnación como misterio de donación y entrega. Ese es el secreto de la vigilancia cristiana y no las matemáticas o la precisión informática de nuestro final. Esto último no merece la pena de ninguna manera. Pero vigilar, es tan importante como saber vivir con dignidad y con esperanza. Hablar de la “segunda” venida del Señor hoy no tendría mucho sentido si no la entendemos como un encuentro a nivel personal y de toda la humanidad con aquél que ha dado sentido a la historia; un encuentro y una consumación, porque este mundo creado por Dios y redimido por Jesucristo no se quedará en el vacío, ni presa de un tiempo eternizado. Dios, por Jesucristo, consumará la historia como Él sabe hacerlo y no como los Calígula de turno pretenden protagonizar. Es esto lo que hay que esperar, y el Adviento debe sacar en nosotros a flote esa esperanza cristiana: todo acabará bien, en las manos de Dios. Fray Miguel de Burgos Núñez Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura Enviar comentario al autor Este comentario está incluido en el libro: Sedientos de su Palabra. Comentarios bíblicos a las lecturas de la liturgia dominical. Ciclos A, B y C. Editorial San Esteban, Salamanca 2009. Pautas para la homilía Isaías, Pablo, Marcos En la primera lectura, Isaías, después del exilio de Babilonia, habla a un pueblo sobre su crisis de identidad, que más que vivir, malvive y sólo subsiste, porque le falta la esperanza. El Profeta presenta a Dios como Padre, y pide que se abra el cielo y que baje el Señor a ellos, haciendo más creíble su paternidad. Esta oración profética fue escuchada y se hizo realidad en el nacimiento de Jesús en Belén, haciéndose humano, como nosotros, y enseñándonos a ser hijos del Padre y hermanos unos de otros. Pablo, en la segunda lectura, se dirige a la comunidad de Corinto para animarla e intentar corregir posibles desviaciones, para que, cuando llegue la parusía, el “día de nuestro Señor Jesucristo”, la encuentre viviendo y practicando la vida que Jesucristo espera de ella. Marcos, en los cinco versículos del evangelio de hoy, insiste por cinco veces en el imperativo de Jesús: “vigilad”, “velad”. Esperad vigilantes; velad esperanzados. Se nos pide cierta tensión, que nos haga estar “despiertos” durante la espera. Esta tensión, por supuesto, es compatible con la “gracia y la paz” de que nos habla san Pablo. Gracia y paz para no sentirnos solos en el camino, sino ilusionados mientras preparamos el encuentro con el Señor que llegará, aunque no sepamos cuándo. “Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora” San Marcos abre el adviento con una llamada a la vigilancia. Es el Señor quien nos la recomienda con gran insistencia. Hoy se nos dice que hay que mantener la vigilancia “al atardecer, a medianoche, al canto del gallo y al amanecer”, es decir, en las cuatro vigilias en las que se dividía la noche. Vigilar es estar alerta, estar despiertos, estar preparados. Vigilar es la actitud de no dejarse sorprender, de no cansarse de la ausencia del Señor, de no dormirnos. Pero, vigilar, ¿para qué? ¿Para que no nos pase nada? ¿Para que todo siga igual? Esa es la vigilancia de los satisfechos, de los que se sienten contentos con lo que tienen y con lo que son. Nosotros, los seguidores de Jesús que empezamos a preparar el Adviento del año 2011, vigilamos con la esperanza de no frustrar la llegada de quien puede cambiarlo todo, todo lo que todavía nos falta: queremos valores evangélicos, actitudes como las de Jesús, apuesta por la Buena Noticia que, el que va a venir, nos trae. Queremos una paz como la que Jesús daba a sus discípulos; buscamos tener hambre de justicia evangélica; queremos poseer la Verdad para ser testigos, luego, de ella ante los demás. Hoy el evangelio nos dice también otra palabra para indicar lo mismo: “velad”. Velar es lo contrario de dormir. Es mirar con ojos bien despiertos en todas las direcciones, con un doble propósito: que nadie nos engañe con soluciones fáciles para problemas profundos: “Si alguno os dice que el Mesías está aquí o allí, no le creáis. Porque surgirán falsos mesías y falsos profetas que harán signos y portentos para engañar, si fuera posible, a los elegidos. Pero, vosotros estad atentos, que os he prevenido” (Mc 13, 21-23). Y en segundo lugar, mirar para aprender y discernir los signos de los tiempos. Tarea de los criados Al irse de viaje el Señor, además de encargar al portero que velara, “dio a cada uno de sus criados su tarea”. Parece que la voluntad del Señor es conservar, pero no sólo. Conservar ya lo hace el portero, los criados no sólo tienen que estar despiertos, no sólo no tienen que hacer nada malo, tienen encomendada una tarea. Y la liturgia nos lo recuerda al comenzar el año litúrgico, al comenzar el adviento. Esta es nuestra encomienda como criados del Señor. Para llevarla a cabo estamos bien equipados, todos hemos recibido más de lo que necesitamos. Sólo hace falta ponerse manos a la tarea, negociar, producir: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,18-20). La tarea común a todos, con matices personales en cada caso, es hacer eficaz el amor de Dios, hacer posible el proyecto de Dios y, para lograrlo, ofrecer de palabra y de obra la buena noticia del Evangelio. ¿Hasta dónde tiene que llegar la tarea? ¿Cuándo se puede dar por cumplida y acabada? En dependencia de los talentos recibidos, hasta donde podamos. No se trata de una competición, sino de un encargo y de una gestión. Se acaba cuando regrese el Señor, y vea y apruebe lo que hemos hecho. Más que hasta dónde, debe preocuparnos el cómo llevarla a cabo. No es lo mismo en tiempos de bonanza o de crisis. Habrá momentos en que la tentación siga siendo hacer un hoyo en la tierra, esconder los muchos o pocos dineros del Señor, y esperar a que amaine el temporal. Pero, no podemos permitirnos esos lujos. Necesitaremos esfuerzo, sacrificio y dedicación, y contamos con ello. Antes de acabar, una palabra sobre un segundo matiz del cómo realizar nuestra tarea. Me refiero a las formas, porque no sirven todas. Si de verdad estamos, no digo orgullosos, pero sí contentos, felices y agradecidos del encargo y confianza del Señor al confiarnos la tarea, tiene que notarse y repercutir. Tienen que vernos con ilusión, tienen que notar que tenemos fe en lo que hacemos. Que, de tal forma hayamos asumido la encomienda, que la hayamos hecho nuestra y queramos expandirla y contagiarla porque la consideramos la Buena, la mejor Noticia. Que el Señor vuelva cuando quiera. No hagáis caso de los que teman su regreso. Nosotros a lo nuestro, a la tarea. Que en ella nos encuentre bregando, sudando, pero cantando. Y al portero, velando. Fray Hermelindo Fernández Rodríguez

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